4.26.2011

Capítulo 7 -parte 3-.

Margaret permaneció un rato en el cuarto que yo rentaba. Ella no podía beber alcohol a causa de los medicamentos que le recetaron; pero nadie le dijo que no podía meterse coca como si no hubiera mañana. De cualquier forma, la nariz la tenía casi intacta, algo raro en ese tipo de accidentes, donde el tabique nasal es lo primero que se revienta. Yo hacía lo posible por animarla; por minimizar el hecho de que una herida, suturada, ahora circundaba su frente.

-¿Que les voy a decir a estos culeros?
-Diles que chocaste en el taxi donde venías; no les menciones nada más-aconsejé.
-No, no. Se supone que no tenía que estar ahí en ese momento; se supone que no debía irme con los clientes...

No quise indagar más al respecto, ni preguntar directamente que estaba haciendo en ese coche de lujo manejando sola, ni a quien pertenecía el ahora abandonado trasto que antes había costado una pequeña fortuna. De verdad que en ese momento no era mi prioridad saber esas cuestiones. Tampoco quise saber por que, para ella, era un problema irresoluble decir la verdad de los hechos. Por tranquilidad, por llevar la cosa en paz, más me valia no investigar demasiado.

-Diles que andabas conmigo y ya...
-¡No! ¿Estas loco? Te metería en un pedote. No.
-¿Por que?
-No...tu no sabes.Voy a tener que cargar con la bronca yo sola; ni modo. A ver que pasa. Ya cualquier cosa, me vuelves a llevar a ese hospital-dicho esto soltó una sonora carcajada; ya se estaba pareciendo un poco a la Medusa en sus sardónicos, y algo histéricos, arranques de risa.
-Era una clínica privada-corregí.
-Lo que sea, si algo sale mal lo más probable es que acabe en un lugar de esos. Prometeme que me vas a llevar ahí a que me curen todas las heridas. Y si es necesario a buscar a un cirujano plástico, o algo.
-¿Cirujano plástico?-en el fondo, su miedo parecía ser legitimo. Tal vez yo no había visto aún el lado brutal del trabajo de Marga. -Mira, la verdad no entiendo tanto problema; total, le hago una llamada al Patrón y ni quién te ponga la mano encima.-ella volvió a reír, de una forma un poco mas forzada que la anterior.
-Si ese güey es el que me va a mandar madrear por pendeja. ¿Tu de verdad crees que el ojete del Patrón es tu amigo, o algo? Ese cabrón es un culero; nosotros somos sus pinches esclavos. Tu también, aunque te las des de muy chingón e indispensable; a ti también te esta utilizando bien y bonito. Eres su puta -dijo divertida, y rió. Su risita ahora me sonaba como un estúpido taladro a las seis de la mañana.
-Mira quien lo dice.
-Pues ultimadamente es mi pedo, gracias por el paro y ahí nos vemos. -saltó de la cama abruptamente y agarró su bolsa.

La iba dejar marcharse; pero algo me impulsó a detenerla, a tranquilizarla con palabras. Al final de un corto dialogo -donde me disculpé por si hubo algún malentendido- Margaret se soltó a llorar. Ya no era la puta "irrompible" que se las sabía todas. Era ahora una escuincla de veintidós años perdida en una ciudad que no era la suya. La abracé. Sabía que no dependía de mi el como su vida se desmoronaba entre insondables conflictos-solo maquillados con el oropel y la fiesta ligadas a su profesión-: accidentes, depresiones, adicciones, desconsuelo y amenazas. Sabía que como los gatos, la gracia de Margaret es que siempre había sabido caer de pie. Tenía la absurda confianza de que, aunque no lo pareciera, debía haber una salida de todo esto, una forma de evadir tanta pinche mala vibra que parecía perseguirnos por el camino como una nubecita oscura.

¿Pero qué podíamos hacer para escapar? ¿Meternos más drogas? ¿Largarnos lejos, hasta sudamerica; "desaparecer" en Estados Unidos; o intentar cruzar el charco donde nos transformaríamos en "sudacas" o en "mexicanos bandoleros"? O seguir aquí, escondidos. Intentar -cada día- perdernos en ese mar de caras; o pasar por tímidos habitantes en alguna remota ciudad, en busca de otra vida. ¿Como huir entonces?, ¿conduciendo un trailer más poderoso?, ¿soltando balazos a diestra y siniestra a la primer amenaza, paranoicos y enardecidos? Sin poder bajar la guardia nunca, con nuestras espaldas contra la pared; dispuestos a tirar la vida -hecha un bulto- a la calle, si es necesario.

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