Margaret me llevaba de la mano; conduciéndome y jugando conmigo; jugando a excitarme-sabía hacer su trabajo-. Serpenteando, primero por los pasillos de aquella casa, para luego subir una escalera. Yo no soltaba la verde botella de Buchanan`s ; ni Margaret me soltaba a mí. Entramos a un cuarto amplio; digo, "amplio" comparado con los sucios y claustrofóbicos cuartuchos de los puteros que yo solía frecuentar en Tijuana, y en México.
No recuerdo por que reíamos tanto;¿porque nos hacíamos reír mutuamente con tanta facilidad a pesar de conocernos hacía apenas unos minutos? Ella era una escuinclita risueña y coqueta, incitante. Una traviesa –¿ah- traviesa?- consiente del deseo que despertaba en la gente.
Me llevó de la mano hasta la cama; se sentó, y mientras yo permanecía de pie frente a ella, me tocaba la verga. Tanteo un poco; "sopesó", pues. En esos momentos pensé que me bajaría los pantalones, y que me la mamaria ¿Por qué pensé esto? No solo por que yo lo deseara, sino que había algo en la forma en cómo me miraba. La gente habla de "química"; de un "click" entre dos seres. Yo le llamo "ganas", andar "ganoso", la pura lujuria humana -hombres y mujeres por igual; que no se hagan pendejas ella solas, haciendo como que no les gusta-. Nosotros parecíamos tener esa "química"; esa sinergia. Yo más bien, que soy meteorólogo, lo veo como una fuerza de la naturaleza; un accidente causado por las hormonas y por todos esos pedos químicos.
¿Cómo no adorar ese cuerpo, esa risa -entre desenfadada y gozosa-? ¿Como no enamorarse de una puta, de una putita? ¿Como no justificar que se ganara la vida en esto si brindaba amor, carne, carne segura y tibia? Era difícil no ser un pendejo, y caer a sus piernas y abrazarlas; asirse a ellas; a sus pies con zapatos de tacón y medias puestas. ¡Carajo! ¿Yo le preguntaría a cualquiera que la conociera, si no caería como pendejo por esta puta en particular? Nadie en su sano juicio negaría que su piel es de esas que provocan que se te olvide hasta tu nombre; que se te olvide tanto que te inventes uno nuevo - apenas improvisado- mientras la penetras, y acaricias sus nalgas, o sus tetas. Si ella se llama Margaret ¡pues que carajos! Yo me llamaba ahora “pendejo por Margaret”. ¿De qué sirve decirle a un alcohólico que no se enamore de una prostituta? Si yo ya estaba “condenado” –todos me lo hacían saber aunque no fuera necesario-. Yo ya estaba “prohibido” por la sociedad y esas mafufadas. Siempre he estado prohibido y condenado –story of my life-. ¿Que mas daba otra raya al tigre-otra mancha a la cebra, otra cebra al león-?
Las piernas recién depiladas, con olor a cremas aromáticas –con olor a rosas, a fresas, a coco, y hasta a “chocolate”- ; los ojos brillosos, los labios húmedos que algo buscan,algo más que sexo. El sexo es solo la carretera; la vía para abandonarse un rato. Es peligroso pensar que el sexo es el fin en sí mismo –aunque lo sea-; porque entonces ya te chingaste; ya te “clavaste” –y bien “ensartado”-. Y una vez más es tu turno de golpear fuertemente el suelo con tu cuerpo, con saña, como si le doliera más al concreto que a ti, como si fueras a resquebrajarlo con la fuerza de tu cráneo, y que esa sangre que está ahí, brotara de una herida que le abriste a la calle, y no fuera en realidad tu sangre la que esta decorando el suelo.
7.21.2009
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